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La memoria de los cocos y las advertencias
La ciudad era pequeña menos casas más terrenos, los finados de los Paredes tenían jornadas de jugar cocos entre risas, apuestas y una buena canela para el frío, el anfitrión mi tío Walter, pues, frente a su casa, en Bellavista, estaba un terreno baldío que era la cancha perfecta, dimensión adecuada y espacio para tener incluso unas bancas para el público, más espacio alrededor para uno que otro vecino curioso.
El tío Walter tenía un palo de escoba de tamaño ideal para marca el circulo sobre la tierra, lo hacía con la precisión de un profesor de Geografía del colegio San Felipe Neri, segundo paso, marcar el cuadro para el ingreso y salida de las bolas y que no se extienda mucho el juego y los más inútiles “mueran pronto”, por lanzar demasiado débil o fuerte la bola…
Cuatro círculos más pequeños para los “cocos” o “cumbies” los vimos de todas formas y tipo: de tagua, acero, cocos y hasta toctes, a un costado el espacio para poner las apuestas en sucres. En cada equipo había un tesorero que organizaba las finanzas, ponía las apuestas, sacaba la ganancia y repartía al final, no se ganaba mucho, pero es sí la gozábamos.
La repartición de las bolas iniciaba una jornada prometedora, primera advertencia de los hermanos Paredes que tenían bolas de todo tamaño, Fanny, Ángel y Walter “me devuelven a mí, las bolas que les entrego, prestadas no más son”. Los tíos armaban los equipos, al frente los experimentados, Ñaño Walter y Ñaño Angelito, participaban hombres y mujeres, adultos y guambras como nosotros, formados en parejas se decidía la “suerte” los tíos elegían entre risas y comentarios.
La habilidad de los mayores se destacaba “pepos” a larga distancia, matar a los rivales usando los cocos, incluso con la capacidad de buscar una mejor posición para lograr el próximo “pepo” mirábamos con admiración, los líderes de los grupos pedían la ubicación adecuada a la salida – muchas veces sin éxito – se miraba en sus rostros la inconformidad por el esfuerzo. “punto para vivir” era una buena noticia, ayudar a que tu equipo gane te distinguía y otras veces ganabas sin hacer nada.
Como el sorteo era aleatorio tenía a familiares en el equipo contrario y sucedía la segunda advertencia “a su madre le respeta cuidado me mate” terrible daño emocional para un inútil fallaba y el equipo me recriminaba…
La evidente inutilidad de los menores en cambio servía para las risas, de verdad lo más difícil era fallar estando tan cerca la bola de acero del rival, pero sucedía, o cuando lograbas el “pepo” tan anhelado la bola terminaba dentro de la bomba y estabas “muerto”; que decir del primo o prima que jugaba tan poco pues en la partida sino moría en la bomba tampoco alcanzaba el cuadro o lo superaba, pasaba más tiempo en la banca que el suplente de Messi. Tercera advertencia: “al menos no mueras en la bomba” te decían…
Siempre había espacio para la alegada, esa “zancada” de ventaja que tomaba ñaño Angelito, esa movida de bola de Ñaño Walter o ese culpar a otro de la muerte como lo hacía Ñaño Benja que más que jugar estaba feliz viendo, riendo y sirviéndose un buen trago. Las partidas podían durar poco o mucho tiempo, lo primero si es que el punto lo logró el hábil jugador, lo segundo si al final habían quedado par de inútiles que no atinaban matar…
El juego de cocos era tradicional en las parroquias de Riobamba, somos parte de una herencia familia de Columbe, los tíos recordaban los nombres de hábiles jugadores que tenía bola grande y pesada para jugar y entretenían a los vecinos y familiares en tiempo de ser felices escuchando solo la radio…
Las bolas de acero, en realidad eran rulimanes de algunas industrias de la época, contaron que las tenían siempre ferroviarios con acceso a los talleres de la empresa o trabajadores de la Cemento Chimborazo que también aprovechaban la coyuntura laboral.
Los finados eran especiales pues venían los primos de Quito y Guayaquil, amigos de todos que eran y se sentían parte de la familia, una que otra enamorada nerviosa integraba el juego y analizaba a su familia política, para todas fue coyuntura temporal.
El servicio siempre fue bueno de los anfitriones, si había sol estaba la cerveza en el vaso adecuado para refrescar, si el clima cambiaba, los preparados de aguardiente, es decir, mezclados con cascara de naranja, mandarina, limón, pasas, siempre había lo suficiente para pasar la tarde.
Sobre las 18h00 ya nos “alzábamos” la segunda parte era jugar perinola y baraja, en una mesa los mayores, en otra mesa los guambras ¡se brindaba café y para los que querían cumplían el tercer día o más de comer colada con pan!
Algunos más mosuelos y “ocupados” buscábamos escaparnos con los primos o amigos para alguna aventura y llegaba la cuarta advertencia “No tomaran, irá pronto a la casa” … no siempre se obedecía, si al final con los mopris siempre se pasaba tan bien que lo que menos mirábamos era el reloj, además ellos sabrían justificar la prolongación de la jornada lo que ganaste en los cocos faltaba y lo que perdiste en el juego hacía falta… en fin era feriado y había que disfrutarlo.
Textos y Fotos by. Marcelo Jijon Paredes