lunes, 4 de noviembre de 2024

 #Finados #Crónica #Tradiciones #LosCocos



La memoria de los cocos y las advertencias
La ciudad era pequeña menos casas más terrenos, los finados de los Paredes tenían jornadas de jugar cocos entre risas, apuestas y una buena canela para el frío, el anfitrión mi tío Walter, pues, frente a su casa, en Bellavista, estaba un terreno baldío que era la cancha perfecta, dimensión adecuada y espacio para tener incluso unas bancas para el público, más espacio alrededor para uno que otro vecino curioso.

El tío Walter tenía un palo de escoba de tamaño ideal para marca el circulo sobre la tierra, lo hacía con la precisión de un profesor de Geografía del colegio San Felipe Neri, segundo paso, marcar el cuadro para el ingreso y salida de las bolas y que no se extienda mucho el juego y los más inútiles “mueran pronto”, por lanzar demasiado débil o fuerte la bola…

Cuatro círculos más pequeños para los “cocos” o “cumbies” los vimos de todas formas y tipo: de tagua, acero, cocos y hasta toctes, a un costado el espacio para poner las apuestas en sucres. En cada equipo había un tesorero que organizaba las finanzas, ponía las apuestas, sacaba la ganancia y repartía al final, no se ganaba mucho, pero es sí la gozábamos.

La repartición de las bolas iniciaba una jornada prometedora, primera advertencia de los hermanos Paredes que tenían bolas de todo tamaño, Fanny, Ángel y Walter “me devuelven a mí, las bolas que les entrego, prestadas no más son”. Los tíos armaban los equipos, al frente los experimentados, Ñaño Walter y Ñaño Angelito, participaban hombres y mujeres, adultos y guambras como nosotros, formados en parejas se decidía la “suerte” los tíos elegían entre risas y comentarios.

La habilidad de los mayores se destacaba “pepos” a larga distancia, matar a los rivales usando los cocos, incluso con la capacidad de buscar una mejor posición para lograr el próximo “pepo” mirábamos con admiración, los líderes de los grupos pedían la ubicación adecuada a la salida – muchas veces sin éxito – se miraba en sus rostros la inconformidad por el esfuerzo. “punto para vivir” era una buena noticia, ayudar a que tu equipo gane te distinguía y otras veces ganabas sin hacer nada.

Como el sorteo era aleatorio tenía a familiares en el equipo contrario y sucedía la segunda advertencia “a su madre le respeta cuidado me mate” terrible daño emocional para un inútil fallaba y el equipo me recriminaba…

La evidente inutilidad de los menores en cambio servía para las risas, de verdad lo más difícil era fallar estando tan cerca la bola de acero del rival, pero sucedía, o cuando lograbas el “pepo” tan anhelado la bola terminaba dentro de la bomba y estabas “muerto”; que decir del primo o prima que jugaba tan poco pues en la partida sino moría en la bomba tampoco alcanzaba el cuadro o lo superaba, pasaba más tiempo en la banca que el suplente de Messi. Tercera advertencia: “al menos no mueras en la bomba” te decían…




Siempre había espacio para la alegada, esa “zancada” de ventaja que tomaba ñaño Angelito, esa movida de bola de Ñaño Walter o ese culpar a otro de la muerte como lo hacía Ñaño Benja que más que jugar estaba feliz viendo, riendo y sirviéndose un buen trago. Las partidas podían durar poco o mucho tiempo, lo primero si es que el punto lo logró el hábil jugador, lo segundo si al final habían quedado par de inútiles que no atinaban matar…

El juego de cocos era tradicional en las parroquias de Riobamba, somos parte de una herencia familia de Columbe, los tíos recordaban los nombres de hábiles jugadores que tenía bola grande y pesada para jugar y entretenían a los vecinos y familiares en tiempo de ser felices escuchando solo la radio…

Las bolas de acero, en realidad eran rulimanes de algunas industrias de la época, contaron que las tenían siempre ferroviarios con acceso a los talleres de la empresa o trabajadores de la Cemento Chimborazo que también aprovechaban la coyuntura laboral.




Los finados eran especiales pues venían los primos de Quito y Guayaquil, amigos de todos que eran y se sentían parte de la familia, una que otra enamorada nerviosa integraba el juego y analizaba a su familia política, para todas fue coyuntura temporal.
El servicio siempre fue bueno de los anfitriones, si había sol estaba la cerveza en el vaso adecuado para refrescar, si el clima cambiaba, los preparados de aguardiente, es decir, mezclados con cascara de naranja, mandarina, limón, pasas, siempre había lo suficiente para pasar la tarde.

Sobre las 18h00 ya nos “alzábamos” la segunda parte era jugar perinola y baraja, en una mesa los mayores, en otra mesa los guambras ¡se brindaba café y para los que querían cumplían el tercer día o más de comer colada con pan!

Algunos más mosuelos y “ocupados” buscábamos escaparnos con los primos o amigos para alguna aventura y llegaba la cuarta advertencia “No tomaran, irá pronto a la casa” … no siempre se obedecía, si al final con los mopris siempre se pasaba tan bien que lo que menos mirábamos era el reloj, además ellos sabrían justificar la prolongación de la jornada lo que ganaste en los cocos faltaba y lo que perdiste en el juego hacía falta… en fin era feriado y había que disfrutarlo.

Textos y Fotos by. Marcelo Jijon Paredes

sábado, 12 de octubre de 2024

BALTAZAR EL BUENA GENTE

La “fama” le llegó a Baltazar Ushca antes que pueda escribir su nombre, los medios de comunicación hicieron lo suyo, lo pusieron entre noticias y reportajes, el documental The Last Ice Merchant (2012) de Sandy Patch, dio la vuelta al mundo mostrando la historia del “Ultimo hilero del Chimborazo” y todos se rindieron a sus pies, lo querían conocer, saber algo más de él.

Salía en la madrugada desde una casa humilde, de paja y paredes de adobe, para visitar a su amigo de toda la vida, el Taita Chimborazo, coloso de los Andes, junto a él unos burros, el pico y bastante paja del páramo su entorno, desde los quince años no sabía hacer otra cosa que pedir hielo a su “taita blanco”.

Eran otros tiempos y a Baltazar apenas le conocían las vendedoras de jugo de los mercados de La Merced y de San Alfonso, que pagaban algo más de un dólar por el hielo que traía cada sábado y a veces le fiaban…

Los años pasaron, su vida cambió, ahora es empleado del GADM de Guano a donde pertenece su comunidad, por un accidente en su pierna, su ruta ahora no es la del hielero, sino la de llegar al museo de ese cantón y contar sus historias, pero además allí es donde aprendió a leer y escribir.

Esta semana, a los 76 años, se incorporó al terminar su formación dentro del proyecto ABC que impulsa del Ministerio de Educación y Cultura. Carlos Vinueza es el docente que estuvo a cargo de su proceso de aprendizaje y reconoce ha sido una experiencia maravillosa.

 “Las clases se daban en la Jefatura de Turismo del GADM Guano, trabajamos hasta marzo por la pandemia, era siempre muy puntual y estaba listo con su maleta con los materiales listos para la clase, al ser una persona vulnerable no pudimos seguir con el proyecto Aprendamos Juntos en Casa durante la pandemia del covid 19”, indica Vinueza.

Baltazar no estuvo solo en el desafío, el 2019, se unió Ercelinda Arevalo de 83 años, impulsada por el deseo de superarse y motivada por los nietos que le alentaban en el hecho de que termine la formación que no pudo por circunstancias familiares, ella, que pidió a su hijo estudie y se forme para ser docente, no sabía que el destino les volvería a unir en una relación alumna - maestro. Carlos Vinueza - su hijo - le ayudó a terminar su formación básica.

“Aprendí a escribir mi nombre, ahora yo se sumar y puedo leer, bonito era el tiempo en la escuela y las clases” dice un sonriente Baltazar antes de recibir la investidura, detrás de él, la mirada de su hija Carmita, que lleva mascarilla, la delata alegre y orgullosa de su papá, es su compañera inseparable en todas sus actividades, Ercelinda – mientras tanto - repasa la intervención para hacerlo bien y que su hijo/docente este orgulloso de ella. Era para ambos un día memorable.  

EL LARGO PROCESO

Este hombre humilde empezó a estudiar en septiembre de 2017 un proceso educativo de alfabetización, luego desde 2019 trabajó en el proceso de post alfabetización, dos días a la semana recibían clase y revisaban los contenidos de Lengua y Literatura, Matemáticas, Estudios Sociales y Ciencias Naturales.

A Baltazar le gustaba más las letras que los números, tenía afinidad para trabajos de motricidad le encantaba jugar con la plastilina y representar al Chimborazo y figuras de su entorno, se divertía cuando tenía que pintar, recortar periódicos y armar un collage, cuenta su maestro.

“Es lo mejor que me ha pasado, fue un aprendizaje mutuo, aprendí a conocer a Baltazar e incluso a mi madre que, a pesar de tenerle cerca, me di cuenta de que no conocía muchas cosas que, en esta relación y por el proceso mismo, me enteraba, sin duda soy mejor persona desde este encuentro que lo voy a extrañar ahora que terminó” confiesa con nostalgia el educador.

Las fotos de este tiempo de educación refieren varias actividades de trabajo y aprendizaje, en el pizarrón, con los libros y una particular con una participación en los Carnavales de la zona, Baltazar vestido como Taita Carnaval está con zamarro y Ercelinda como Mama Shava lleva todos los accesorios del personaje, allí bailaron y cantaron al ritmo del carnaval.

Una prueba escrita determinó la habilitación de ambos para recibir el certificado respectivo de terminar la educación básica, al Ultimo Hielero le visitaron en su casa para la evaluación respectiva y poder habilitar su graduación.

LA HISTORIA DEL PROFE

El profesor de Baltazar y Ercelinda, estudio en el Instituto Pedagógico Chimborazo y es docente desde los 19 años, su madre le recomendó el desafío que no fue fácil y representó un reto del que ahora está agradecido por que ha significado aprender más que sus alumnos.

Carlos Vinueza confirma que cada persona es un mundo y tiene muchas cosas por entregar, que la educación se la hace con mística y cariño, esa que permite saber que se rompe la barrera del desconocimiento para poder superarse y tener un mundo mejor.

Su primera clase fue en una escuela particular Stephen Hawking “a pesar de que eran solo 12 niños los nervios estaban allí y de a poco empiezas a controlar la situación y sobre todo a cumplir el compromiso de integrarte y aprender en conjunto” recuerda.

Luego trabajó en la Escuela Juan de Velasco y San Francisco de Asís y ahora trabaja en la Unidad Educativa 11 de Noviembre de la comunidad de Pulinguí,en las faldas de Chimborazo, en procesos del Ministerio de Educación y Cultura.

“Trabajar con adultos es más complejo, ellos de por si tienen varios obstáculos y mayores dificultades, al no haber estado en un aula desde el inicio todo es más complejo, los niños y niñas están prestos al aprendizaje, es diferente sin duda” dice Carlos, que sigue con su tarea de enseñar a quienes en su momento no tuvieron esa oportunidad de superación.

Ahora está involucrado en la fase siete todos ABC de post alfabetización para personas de 30 años en adelante; además el curso de octavo, noveno y décimo de la educación básica para personas de 18 años en adelante y el Bachillerato intensivo que se oferta por el MEC, son 70 estudiantes que apuestan por su futuro desde la educación.

“Con mi madre estaré siempre, extrañaré a Baltazar y sus historias, la de los albinos que son los hijos del Taita Chimborazo, así como esa que cuenta hay una puerta para ingresar a una ciudad de hielo que algún momento la vio, pero no quiso ingresar pues su padre le dijo que de allá no hay regreso” relata el maestro.

Vinueza confiesa que el Ultimo Hielero del Chimborazo tiene bonita caligrafía, como bonita es su historia personal entre el hielo del Chimborazo y ahora entre letras y números que comparte con sus nietos en la casa del sector Cuatro Esquinas sin dejar de sonreír, si al final sabe es el Ultimo Hielero, tiene buena letra y todos saben que es buena gente.

 

 

 

 

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